- Un centenar de islas, muchas desiertas, con sus habitantes vacunados y abiertas al turismo
Enrique Sancho
Unos cuantos islotes, perdidos en el Índico, se han convertido en santuario de miles de animales y el último refugio de especies vegetales próximas a la extinción. Son también el Paraíso encontrado de unos pocos afortunados humanos. Ahora, viajar a Seychelles es más fácil ya que los turistas pueden acceder con un certificado de vacunación o una prueba PCR negativa. En marzo se estima que todos los habitantes de las islas estén vacunados.
La sugerente forma del llamado coco de mar ha estimulado desde siempre la imaginación. Su asombroso parecido con unas caderas femeninas, a las que no les falta ningún detalle, sus supuestas propiedades afrodisíacas, su descomunal tamaño –algunos llegan a pesar hasta 20 kilos, la semilla mayor del mundo–, las leyendas y mitos en torno a él, lo convierten en algo único. Curiosamente, el coco de la palmera macho es alargado y faloide. El coco y el valle de Mai donde crece son considerados patrimonio mundial de la UNESCO, así como el atolón de Aldabra donde viven más de 150.000 tortugas gigantes y miles de aves migratorias lo atraviesan sin ver un solo turista, ya que las visitas están vetadas por el riesgo que representa la piratería en la zona. Además acoge uno de los arrecifes de coral más grandes del mundo.
Los antiguos marineros que encontraban el coco flotando en el Índico llegaron a pensar que era el fruto de un gran árbol submarino y, cuando años después, se descubrió la gran palmera hembra que lo produce, algunos creyeron que era el árbol de la ciencia del bien y del mal del Jardín del Edén.
Este coco singular, que solo crece en la isla de Praslin, en las Seychelles, es ya un mito y el mejor símbolo para representar al país, hasta el punto de que aparece en algunas banderas. Es una especie protegida y para sacarlo de las islas como recuerdo es necesario un certificado oficial.
Pero el coco de mar es sobre todo símbolo de Seychelles porque en su forma y en su procedencia refleja dos aspectos íntimamente ligados a estas islas: la sensualidad y la naturaleza.
Tierras vírgenes
Pocos lugares en el mundo han logrado mantener tan intacta su naturaleza como este. Las playas son pequeñas, limpias y de aguas transparentes; el interior es abrupto y frondoso. En sus mares proliferan todas las especies, desde los pulpos gigantes y los grandes tiburones-ballena, a los minúsculos peces de colores radiantes; en sus cielos vuelan pájaros de cualquier tipo –sólo en Bird Island habitan más de un millón de ellos–; en su tierra, en fin, se encuentran tortugas gigantes, algunas de 300 kilos y casi los mismos años, cobayas, tenrek, iguanas y zorros voladores, una especie de murciélago que es también una delicia gastronómica nacional.
Flora y fauna convierten las Seychelles en un verdadero paraíso para los amantes de la naturaleza, en un lugar perfecto para el descanso. Porque, a decir verdad, hay poco más en ellas. Sobre sus 1,3 millones de kilómetros cuadrados (casi tres veces la superficie de España) de plataforma marítima, apenas 455 son tierra firme (menos que Ibiza) y la mitad es zona protegida, repartida entre 115 islas, muchas de ellas deshabitadas y en las que la vegetación cubre casi todo. Algunas casas aisladas, pequeños grupos de viviendas, como Victoria, probablemente la capital más pequeña del mundo, y los hoteles constituyen los únicos reductos humanos. En total viven en Seychelles unos 95.000 nativos.
La capital y sus playas
Aunque en Victoria vive un tercio de la población de todo el archipiélago, la capital sigue teniendo un aspecto provinciano, con un encanto colonial tranquilo y un ritmo cadencioso. Cuenta con apenas un par de docenas de calles y hasta hace poco sus vecinos presumían de que solo había un semáforo en toda la ciudad. Vale la pena visitar su animado mercado, en el que los pescados exhiben una brillante paleta de colores, desde azules y plateados a rosados o rojo escarlata como el bourgeois, un pez muy apreciado y sabroso a la parrilla. Las familias de Seychelles consumen pescado a diario y solo los domingos preparan algún plato de carne. También hay que pasear por el cuidado Jardín Botánico Victoria, que reúne casi medio centenar de especies de palmeras, árboles del pan, tamarindos, papayas y otras plantas tropicales, aparte de un centenar y medio de especies de orquídeas, y descubrir algunos edificios coloniales, no siempre bien conservados, abrazados por unas impresionantes montañas que parecen hundirse directamente en las aguas turquesas del océano Índico. El icono de la ciudad es la Torre del reloj, instalada en 1903 cuando las Seychelles se convirtieron en una colonia británica, una réplica de la torre del reloj que aloja el célebre Big Ben sobre el Puente Vauxhall de Londres.
En la costa oeste de Mahé se suceden varias playas espectaculares y los mejores alojamientos. La playa más bonita de la isla es probablemente Beau Vallon, tres kilómetros al norte de Victoria, que ofrece un amplio arco de arena blanca reluciente con sus características palmeras. Hay que disfrutar su auténtico ambiente marinero, con pescadores que venden sus capturas a última hora de la tarde a la sombra de los árboles takamaka tan característicos de las Seychelles. Muy cerca están algunos de los mejores lugares de inmersión para el buceo, donde explorar pecios hundidos espectaculares. Pero incluso en los lugares más visitados, sean las playas o el interior, la sensación de paz y tranquilidad es total. No es raro ver, como en Grand Police, a pocos kilómetros al sur de Anse Bazarca, apenas una veintena de turistas que comparte una playa de más de 600 metros.
Algunas veces se llega a pensar que es precisamente el género humano lo que sobra, o al menos los humanos no nativos, los visitantes que llegan a estas islas anhelando el Edén. A pesar de que el turismo es una de las fuentes de ingresos fundamentales para Seychelles, no se muestra una especial preocupación por él. Se lo quiere valorar en términos relativos. La capacidad hotelera de Seychelles es de 6.000 habitaciones y hay 3.000 más previstas pero paralizadas por una moratoria sobre la construcción de grandes hoteles en las tres islas principales, Mahé, Praslin y La Digue, para proteger su medio ambiente y promover establecimientos más pequeños controlados por los seychellenses. El número de turistas que recibe ronda los 370.000 al año.
Las islas
Mahé es la mayor de las islas y donde se encuentran la gran parte de los hoteles. Las comunicaciones de un extremo a otro hay que hacerlas por estrechas y retorcidas carreteras. Lo más práctico es alquilar un mini-mokes, un pequeño coche que parece de juguete, muy versátil aunque le cueste trabajo subir algunas de las empinadas pendientes.
Una visita imprescindible, según el especialista Arenatours es a las islas de Praslin y La Digue. Hay que tomar primero un pequeño avión desde Mahé y luego un barco. Ambos trayectos merecen la pena. Desde el aire se divisan los pequeños islotes, las aguas verdosas junto a los arrecifes de coral. En el mar se disfruta de la brisa y, con un poco de suerte, pueden verse delfines jugando en paralelo al barco.
En Praslin, se encuentra el valle de Mai donde crece la gigantesca palmera que produce el coco de mar, de la que quedan unos 4.000 ejemplares. Pero sin duda lo mejor de Praslín son sus playas, especialmente Anse Lazio, en el extremo noroeste de la isla, un entorno de postal. De hecho, suele aparecer en los listados de playas más bonitas del mundo. La playa, que no es muy grande, está bañada por aguas color turquesa, con palmeras y árboles takamaka y grandes rocas redondeadas de granito en cada extremo. A pesar de ser tan popular, nunca está demasiado llena. Pero el arenal más buscado de la isla es Anse Volvert, con su silueta curva ideal para tomar el sol y bañarse, pero también para practicar deportes acuáticos. Justo enfrente hay un pequeño islote, Chauve-Souris, al que se puede llegar nadando y bucear en su entorno.
Otra playa espectacular es Anse Source d’Argent, en la isla de Digue, que fue bautizada con el nombre del barco de los primeros colonos franceses que poblaron la isla en 1768. En esta playa de ensueño, de arena que parece nácar y palmeras cimbreantes, emergen rocas pulidas como gemas. Es un tramo de arena blanquísima bañado por aguas azules que forman una bahía espectacular y la imagen más representativa y utilizada para mostrar lo que Seychelles ofrece. A pesar de su exuberante belleza, La Digue ha conseguido evitar en parte el creciente, aunque moderado desarrollo turístico que tienen Mahé y Praslín. Tiene un ambiente más sosegado que las otras islas principales, con muy pocas carreteras asfaltadas y sin coches. Es un sitio para reencontrarse con la naturaleza, con alguna playa desierta para sentirse como en el Paraíso.
Es imprescindible acercarse a La Passe, un puerto minúsculo que conserva su atmósfera de otro tiempo, en el que hombres y mujeres charlan en el muelle mientras esperan a que llegue el ferry, los niños van en bici por las calles bordeadas de árboles y el sábado por la noche todos se juntan en el paseo para bailar y beber.
Comer y beber
Y aunque el viaje a Seychelles es relajado a la fuerza, hay que tomarse un respiro para disfrutar su gastronomía que es tan variada como su población, según indican en Arenatours. Tras años de colonización, los platos de la zona representan los matices de las diferentes etnias y culturas. Además de los africanos, los chinos e indios también aportaron su granito de arena. El resultado, además de exquisito, es una mezcla de frutas y verduras que combinadas con el pescado y el arroz forman parte de una dieta básica deliciosa.
Se dice que un murciélago enorme que vive en las islas es uno de los platos típicos, denominado Civet de chauve souris, considerado una delicia para los locales, el murciélago de la fruta cocinado en salsa de curry es todo un manjar para aquellos que se atrevan a probarlo, aunque seguramente tras la pandemia y la idea de que un murciélago pudo ser el primero en trasmitir en Covid, no parece que sea muy popular. Uno de los aperitivos más famosos es el llamado Palourd: marisco acompañado de mantequilla aromatizada. También es popular el Tektek, una sopa de mariscos aliñada muy deliciosa. Y por último la Daube, salsa agridulce muy común para acompañar los platos. Entre las bebidas nacionales se encuentra el jugo de frutas que se produce en el país y un té llamado citronelle también de origen nacional. La bebida nacional se llama “Coco d’Amour”, un licor a base de leche de coco bastante dulce.
Cómo ir
Aunque no hay vuelos directos a Seychelles, se puede llegar con solo una breve escala. Lo más práctico es acudir a los expertos de una agencia especializada como Arenatours que selecciona los mejores servicios personalizados, alojamientos y rutas que encajen con tu idea y presupuesto de viaje y además conseguir descuentos por venta anticipadas. A Seychelles propone un viaje que incluye vuelos, traslados, tasas, seguros y 6 noches de alojamiento en el lujoso Carana Beach Hotel 4* a pie de playa desde 1.930 por persona, o en el Constance Ephelia 5* con espectaculares vistas por 2.090.